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CITA EN EL CEMENTERIO






-¿Quieres tomar un trago esta noche?

La voz de Emily White al otro lado de la línea telefónica ya no sorprendía a Samuel Home, pero aquella pregunta era tan inesperada e ilógica que por varios segundos se quedó sin poder responder hasta que Emily perdió la paciencia.

-Si tienes otra cosa qué hacer –dijo-, mejor olvídalo. Adiós.

-No, no, no, espera –gritó Home, antes de que ella le colgara el teléfono-. Disculpa. Claro que quiero salir.

-Hay un lugar en la avenida Baudelaire, es un bar llamado El Gato Negro –explicó ella-. ¿Te veo a las ocho?

-Por supuesto, a las ocho… Oye, ¿qué has sabido del “Vampiro de Nueva Jersey”? ¿El FBI tiene el caso?

-No, es un caso de la policía local –dijo White con fastidio-. ¡Por favor, Samuel, está noche me gustaría que tengamos la primera conversación donde no charlemos de sucesos paranormales y cadáveres descompuestos!

-Lo siento, detective –rió Home-. Esta noche me portaré como un tipo normal.

-Y algo más –dijo ella, antes de colgar-. ¡Llámame Emily!

Aquel era un suceso estresante para Samuel Home.

Había renunciado a las citas desde la universidad porque se sentía incapaz de tener una conversación social que no involucrara hechos científicos, patrañas sobrenaturales o misterios sin resolver. Conseguía satisfacer sus necesidades masculinas con sexo rápido y sin emociones con las prostitutas ocasionales del tercer piso y era, para él, el colmo de lo práctico.

Tomando en cuenta que las citas eran simplemente un ritual sobrevalorado para llegar al sexo, Samuel Home nunca sintió remordimiento por obviar el ritual (para el cual sus habilidades sociales eran nulas) e irse directo al producto final, que era, por supuesto, el coito. No obstante, no había hombre heterosexual sobre la faz de la tierra que pudiera negarse a una cita con Emily White y ahora estaba otra vez atrapado sin remedio en la tediosa y abominable ceremonia de las citas.

Para no intranquilizarse demasiado, trató de no darle importancia.
Buscó en el closet un traje abandonado desde hacía mucho tiempo y por primera vez en varios meses se puso ropa limpia, planchada y presentable. Se peinó el cabello, rasuró su barba, se perfumó de pies a cabeza y cuando finalmente se miró en el espejo le costó trabajo reconocerse a sí mismo en la imagen del cristal.

-¡Diablos! –pensó-. ¡Me parezco a Robert Downey Jr!

Salió del apartamento de inmediato. Había preparado todos los detalles con tanto esmero y perfeccionismo que terminó llegando al bar veinte minutos antes de las ocho. Pidió una cerveza para descongestionar el fragor nervioso de sus intestinos y trató de relajarse haciendo lo que mejor hacía: observar a la gente.

Observó los rostros de cada uno y fue desentrañando en los nimios gestos de sus caras las emociones que los embargaban. Una sonrisa torcida en cierta jovencita era un gesto de hipocresía, el ceño levantado de otro era preocupación, los puños cerrados de una mujer que hablaba por teléfono mostraban ira y los labios cerrados de un sujeto denotaban aburrimiento.

Así fue leyendo, uno por uno, a todas las personas del local, hasta que sus ojos se posaron en ella.

Ella era una mujer extraordinaria.

Estaba vestida completamente de negro luctuoso. Su hermoso cabello era una cascada de chocolate con tenues brillos de castaño. Los ojos eran de un enigmático color azul y su piel era extremadamente blanca.

Home clavó sus ojos en ella y se desconcertó de no poder leer ninguna emoción. Asombrado siguió observándola sin tregua hasta que la mujer se dio cuenta de la insistente mirada de aquel hombre, tomó un sorbo de whisky, se volvió hacia él y sonrió con una sonrisa vacía. Se quedaron contemplándose, uno frente a otro, los ojos azules de ella en los ojos café de él y viceversa, hasta que a Samuel Home no le quedó ninguna duda de que tenía entrañas de hielo.

-¿Qué miras? –la voz de Emily White sacó a Samuel Home de su hipnosis.

-Miro a aquella mujer de allá –respondió él-. No voltees. Esa mujer es una psicópata.

-¿De qué rayos estás hablando?

-En neurología hemos estudiado el cerebro de los psicópatas –explicó Home-. Hemos descubierto que ellos no procesan emociones igual que el resto de los seres humanos… Esa mujer es así. ¡Carece completamente de emociones!

-Por favor, Home –dijo White-. Prometiste que hoy te portarías como un tipo normal.

-Lo sé, lo sé, lo siento mucho –sonrió Home-. ¡Te ves muy linda esta noche!

Era verdad. Emily White estaba más bella que nunca. Su cuerpo perfecto mostraba sus curvas con orgullo a través de la tela de un fino vestido rojo. Su melena pelirroja caía tiernamente en su espalda desnuda y en su escote se percibían dos colinas turgentes y delicadas.

Desde que conoció a Home, ella había luchado en vano para que el muy idiota la invitara a salir, pero pronto cayó en cuenta de que el sujeto jamás lo haría. Era un nerd desquiciado que lo único que lo apasionaba era un misterio sin resolver. Cansada de la seducción indirecta, White decidió tomar el asunto en sus manos y lo había invitado a salir. Ahora estaba frente a él, vestida de la manera más sexy posible, pero el muy desgraciado no apartaba la vista de la mujer de ojos azules.

-Si quieres me voy –dijo ella-, así podrás ir a conversar con esa tipa.

Liberó esas palabras con tal carga de odio y de celos que Samuel Home se estremeció.

-Lo siento –le dijo él-. Esa mujer es fascinante. Generalmente la psicopatía es una afección típica de los hombres… Mira, hay un sujeto con ella.

Emily sacó su espejo y con él enfocó a la mujer y a su acompañante. Era un macho alfa, un hombre de cuerpo musculoso, porte elegante y cara de playboy. Le hablaba a la mujer con la evidente intención de conquistarla y ella, en un rápido movimiento de su mano, echó algo en el vaso de cerveza del tipo.

-Eso es nuevo –dijo White-. Casi siempre los hombres son los que drogan a las mujeres.

-¡Ese tipo es una mosca y ha caído en la red de la araña! –murmuró Home-. Debemos detener esto.

-¿Estás loco?

-Esa mujer es una psicópata –replicó Home-. Créeme, ese hombre está en peligro… Es tu deber como agente de la ley ir ahí y detenerla.

-Yo vine a una cita, Samuel… ¡No a involucrarme en otro caso de misterio!

-Emily, se están yendo. ¡Debemos seguirlos o los perderemos!

-Olvídalo.

-El tipo está en peligro.

-No, tú eres el que está paranoico. ¿Acabas de ver a la mujer y ya crees que es una asesina en serie?

-Te apuesto lo que quieras.

-Una apuesta, ¿eh? –sonrió maliciosamente Emily-. ¿Qué gano yo si te equivocas?

-Lo que quieras de mí –sonrió Home-. Pero si es una asesina yo te pediré cualquier cosa que quiera de ti y no podrás negarte.

Emily White no podía ni creer lo que estaba haciendo cuando se levantó de la mesa con un gesto orgulloso y dijo: “Trato hecho”.


***

La persecución los llevó al cementerio.

Apenas salieron de El Gato Negro la pareja se había subido a un taxi y por poco White los pierde en el laberinto de callejas sucias y malolientes de Nueva Jersey. Los siguieron por veinte minutos hasta que el taxi finalmente se detuvo en el muro exterior de un cementerio y White detuvo su auto a poca distancia.

Aquello era realmente extraño. La mujer y el tipo (cuyos movimientos erráticos demostraban el efecto de la droga) se bajaron y atravesaron el muro por un pasadizo desconocido y Samuel Home no pudo evitar lanzar una exclamación de alegría.

-¡Sabía que esa tipa tenía gato encerrado! -dijo.

-Cuando te invite a tomar un trago jamás pensé que terminaría siguiendo a dos personas a un cementerio –dijo Emily con ironía.

-Estamos rompiendo el cliché de las citas –rió Home-. Ahora apúrate. No debemos perderlos… Estoy seguro que en el muro debe haber un agujero disimulado.

Encontrar el agujero que servía de pasadizo fue más difícil de lo que Home supuso y cuando por fin pasaron al otro lado del muro ya no había rastros de la dama de ojos de azules.

El ambiente era tétrico y siniestro.

Una vaga niebla (que bien podía ser smog) flotaba por encima de las tumbas como un aliento fantasmal, mientras que la incierta claridad que venía de las calles servía solamente para deformar los objetos y darles un aire terrorífico.

-Bravo, Home –dijo con sarcasmo Emily-. Definitivamente esta es la mejor cita de mi vida.

-¡Te aseguro que no la olvidarás nunca! –rió Home-. ¿Ves las marcas en la tierra con forma de agujerito?

-Es la hendidura de unos tacones de aguja –dijo White-. Tu dama loca se fue por ahí… Además la tierra está muy restregada, creo que el hombre está arrastrando los pies.

-La droga lo desmayará pronto… ¡Debemos apurarnos!

-Espera un momento.

La mano de Emily fue hasta el bolso de donde saco su arma de reglamento. Retiró el seguro con tranquilidad y se puso delante de Home.

-Yo voy adelante –le dijo-. Puede ser peligroso.

Caminaron por el cementerio solitario apenas alumbrando la ruta con los celulares y tratando de rastrear en total silencio las huellas de la pareja. No fue sencillo. La mujer parecía conocer muy bien esa ruta, pero White y Home se perdían fácilmente, desorientados por la oscuridad y por las tumbas que se repetían una tras otra.

Sin quererlo, Emily White empezó a pensar en el caso del “Vampiro de Nueva Jersey”.

Recordó que en el último mes se habían encontrado en el Parque Central a cuatro hombres muertos, lívidos por la falta de sangre que había sido extraída de sus cuellos por agujas hipodérmicas. Los cuerpos de los hombres estaban destrozados por una mano fría y despiadada que los había mutilado en su virilidad y que había sacado los ojos y arrancado la lengua. Los medios de comunicación hablaban de un vampiro, pero podría ser, al final, que en realidad se tratara de una vampiresa y que Emily White estaba justo detrás de ella.

Un crujido en la hierba la hizo volver a la realidad y se encontró sola en aquel lugar lúgubre.

-¿Home? –preguntó en un susurro-. ¿Dónde estás?

Nadie respondió. En un segundo de distracción Samuel Home se había esfumado sin ruido y ahora ella se encontraba sola con una asesina en serie cerca.

Sorprendida por aquel suceso inesperado, Emily dio unos cuantos pasos y de inmediato lo miró.

Al principio creyó que era Home pero pronto se tranquilizó al comprobar que se trataba del tipo del bar. Estaba tirado sobre una tumba, con los pantalones hasta las rodillas y con el pene arrancado de cuajo. Una vía clavada en su cuello extraía su sangre y lo depositaba en un contenedor de plástico.

Estaba tan extasiada con la escena que no supo en qué momento se le arrojó encima una sombra informe y le hizo tirar el arma. White entendió que se trataba de la mujer de ojos azules y luchó por defenderse. La maldita era una fiera. Clavaba sus uñas en las muñecas de Emily al mismo tiempo que arrojaba dentelladas infructuosas a su cuello. White se defendió con maestría. Levantó su rodilla violentamente y la estrelló contra las costillas de su agresora, acto seguido lanzó un puñetazo potente al cuello que le hizo perder el aliento.

La desgraciada “Vampiresa” no se dio por vencida ni siquiera por eso.

En la claridad incierta de la calle, White miró sus ojos azules encendidos de furia y el cuchillo plateado que sacó de debajo de su falda. Emily se quedó quieta, en la misma guardia que le habían enseñado en la Academia, y espero el ataque de la mujer, pero justo cuando lo iba a realizar un disparo repentino sonó en la atmosfera y la mujer cayó al suelo dando alaridos.

La bala fue tan certera que atravesó los músculos del antebrazo, evitando los órganos vitales. White movió la cabeza con sorpresa y contempló a Samuel Home con el arma que ella acababa de tirar. El disparo había sido extraordinario, tomando en cuenta la oscuridad reinante y el nulo entrenamiento de Home.

-¿Estás bien? –preguntó él.

-Mejor de lo que crees –respondió ella-. ¿Dónde diablos te habías metido?

-Me escondí.

-¡Qué hombre tan valiente eres!

-Era parte del plan. Sabía que esta mujer nos vería a nosotros antes que nosotros a ella… Si me miraba contigo iba a huir, pero al verte sola decidiría atacar. ¡Y eso hizo!

-Me alegro que me usaras como tu pieza de ajedrez –dijo con amargura White.

Home no le dijo nada. La tomó por la cintura y la atrajo hacia él. En la distancia se escuchaban las sirenas que se acercaban atraídas por el disparo, pero no les dio importancia al mismo tiempo que llevaba a su boca al oído de Emily.

-No te has olvidado de la apuesta, ¿verdad?

-No –respondió White-. Reconozco mi derrota. ¿Qué quieres?

Samuel Home no le respondió. Se fue acercando a su rostro hasta que tocó sus labios suaves y temblorosos. Emily White perdió la consciencia por un segundo en que olvidó a la mujer herida, la cita desastrosa y el ambiente tétrico y sólo se concentró en aquel deseo que le quemaba las entrañas.

El beso que los unió fue tan apasionado que bien valió la pena llegar hasta ahí sólo para consumarlo.

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