«Decir que ha muerto el primer escritor de nuestra república, decir que ha muerto el escritor de nuestro idioma, es decir la estricta verdad y es decir muy poco» , estas palabras de Jorge Luis Borges fueron escritas en honor a Leopoldo Lugones, el gran poeta modernista, amigo y adversario de Darío, que acabó su vida en una habitación de hotel por un mal de amores. Sucedió el 18 de febrero de 1938, en un hotel en el delta del Paraná, pero la crónica de su muerte anunciada comenzó varios años antes, en 1926, cuando una bella jovencita entró a su oficina en la Biblioteca Nacional de Maestros, comenzando la serie de acontecimientos fortuitos que lo llevarían a tomar una copa de whisky con cianuro, ocho años después. Ella se llamaba Emilia Santiago Cadalego. Era una dama de veintitantos, con la piel blanca, casi nívea, y los ojos tristes de una hija única educada en un colegio de monjas, metida a profesora de filosofía y amante de las letras mágicas del poeta argentino. Con voz tímida ell
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