El toro negro sabe que está en un combate y que el hombre de rasgos asiáticos, pero prominentes músculos, que tiene enfrente, es su rival. Tratando de intimidarlo, rasca la tierra con su pata, lanza un bufido y sacude la cabeza mostrándole los cuernos, pero hay algo extraño en este hombre. No es que tenga algo, sino que le falta algo: Miedo. El hombre no retrocede, ni se intimida, lo contempla con la mirada atenta y el torso descubierto ante el sol frío de aquella mañana en Japón. El toro decide ya no perder el tiempo. Se lanza contra el extraño que luce inmóvil. El toro apunta sus cuernos y acelera la embestida, pero justo antes de alcanzarlo, el hombre se esfuma. La bestia embiste al aire y mira hacia todos lados, desconcertada. De pronto, siente un brazo de hierro que rodea su cuello y una mano de concreto se aferra a su cuerno. Una fuerza imposible comienza a asfixiarlo, mientras que un tirón lo hace estrellarse contra el suelo. Ya no hay nada qu
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