Aún recordaba el día en que aquel viejo sacerdote la llevó
hasta su madre para decirle que el exorcismo había sido todo un éxito.
Ella, por supuesto, trató de gritar; trató de decirles que
seguía encerrada dentro de sí misma; trató de rogar que no cayeran en el engaño
de aquel maldito intruso... Imposible. Agotada por el esfuerzo inútil, escuchó
la risa del demonio Astaroth.
−Cálmate, niña –le dijo-. ¡Vamos a estar un largo rato
juntos!
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