Se ve hermosa mientras se baña.
El agua desciende en trasparentes riachuelos por la bronceada piel de Tamara. Se curva en sus curvas, ágilmente rodeando la estructura de sus hombros y las dunas de sus senos, y sigue bajando por la fría tez de su abdomen hacia sus piernas torneadas, hacia sus nalgas inermes, hacia la calidez de su entrepierna.
Quizás debería levantarme ahora. Caminar hacia ella, abrazarla, besarla, sentir el tacto húmedo de su piel helada.
De pronto, el otro hombre se acerca. Se quita la camisa mostrando su torso musculoso, se afloja el cinturón sin apartar los ojos de ella, se deshace de su pantalón y se atreve a colarse debajo de la ducha.
Tamara no lo aparta, no huye, no grita.
Lo recibe con los brazos abiertos, presiona su cuerpo al de él, se funden en un beso intenso, casi caníbal.
¿Qué está pasando? ¿Por qué haces eso, Tamara? Debo levantarme ahora, debo… no, no puedo. ¡No puedo, maldita sea! No tengo más opción que seguir mirando.
El hombre se vuelve violento. Empuja a Tamara, la toma de sus caderas y la hace girar. Ella sonríe con una sonrisa diabólica que nunca me mostró a mí. El hombre pone sus manos grandes como garras sobre sus senos y lleva su boca a su cuello. La muerde como un vampiro con sed y el rostro de ella se transforma mientras lanza un gemido de deseo.
No, no, no… no puedo tolerar esto. No voy a ver cómo le hacen el amor a mi esposa. Debo levantarme… debo…
Los gemidos de Tamara me distraen.
Ella está gozando, de eso no hay duda. El otro hombre la toma del cuello y entra en su cuerpo desde atrás, como un animal en celo, como un perro, quizás, o mejor dicho como un lobo… y mi esposa es la hembra dócil, la loba sumisa, la leona excitada.
El agua no deja de caer bañando esos dos cuerpos que se estremecen con violencia, que se mueven como si quisieran destruirse más que amarse, dañarse más que quererse.
Cierro los ojos, no quiero verla llegar al orgasmo, no quiero oír sus gemidos, no quiero contemplarla entregándose a él.
Sólo quiero dormir.
No intentaré levantarme otra vez. No tiene caso. El otro hombre ha sido tan efectivo apuñalándome como poseyendo a mi esposa (¿o debería decir mi viuda?). Ya no brota sangre de la herida en mi pecho. Sólo me queda descansar.
¡Que seas feliz con él, Tamara!
Te amo…
QUIZÁS TAMBIÉN TE INTERESE LEER:
Hola Dr.Roberto Berríos, este relato me ha encantado ME ADENTRE EN LA ESCENA continuare leyendo el blog leí otros articulos, están muy bien, excelente contenido las ideas son claras al punto donde se quiere llegar. Con los temas que aborda me estoy educando. Gracias por compartir saludos R.M.
ResponderEliminar