Sobre
la alta colina está la vieja fortaleza, siempre observando la ciudad de Masaya
como un inmóvil gigante de piedra sucia.
Coyotepe
significa «colina de los coyotes» y es, por consiguiente, también el nombre de
la inmensa fortaleza embrujada que se levanta en su cima.
Algunos
creen que fue construida por José Santos Zelaya a finales del siglo XIX, pero
realmente no hay registro de que existiera a inicios del siglo XX y se cree que
fue edificada en algún momento entre las dos guerras mundiales.
Sin
importar la fecha exacta de su construcción, la prisión del Coyotepe es
aterradora por haber sido usada por la Guardia Nacional durante la dictadura
somocista.
En
los niveles inferiores, hay celdas sumidas en el frío y la oscuridad, en las
que se hacinaban decenas de presos que recibían raciones mínimas de alimento y
casi nada de luz solar.
Sin
embargo son las plantas más bajas de la estructura, las más cercanas al
Infierno, eran indudablemente sucursales de este.
Ahí
estaban las celdas de tortura en las que personas, carentes de toda compasión
humana, arrancaban confesiones a fuerza de palizas, dientes rotos, lenguas
cortadas, uñas removidas y violaciones sexuales.
En
la década del ochenta, con la derrota de la sanguinaria dictadura de Somoza, la
fortaleza quedó abandonada por los seres humanos, pero se convirtió en el
habitáculo de diferentes espíritus y fantasmas.
Cuando
uno desciende a esos pasillos solitarios, puede percibir murmullos tenebrosos,
voces que hablan en voz baja o pequeños gemidos que salen de la nada.
En
ocasiones se escuchan gritos súbitos que se rompen en ecos en los túneles
umbríos y fuegos fatuos que se encienden y se apagan.
Nada
sabemos de la vida después de la muerte y nada podemos entender de este
misterio, sólo sabemos que está ahí, sobre la cima de una montaña que contempla
la ciudad como si estuviera reclamando una disculpa o la clemencia de una
muerte rápida.
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