El cuento “La Larva”, del genio de las letras castellanas, Rubén Darío, es uno de sus mejores incursiones en el género del terror sobrenatural. Es publicado por primera vez en Caras y Caretas (Buenos Aires, 1910) y Darío lo presenta como un suceso real, aunque toma prestada la identidad de un personaje llamado Isaac Codomano.
Con
toda genialidad, el maestro nicaragüense condensa en un solo relato breve
experiencias autobiográficas, elementos mitológicos, referencias cultas y su
estilo breve. Aunque algunos de sus cuentos no son fáciles de leer hoy en día,
La Larva se sostiene como un estupendo relato de terror, en pleno siglo XXI, por
su capacidad de conectar con los lectores.
Básicamente el cuento gira en torno a un chiquillo que vive en un país tropical y supersticioso, lleno de leyendas aterradoras, lo que no le impide escaparse de su casa para asistir a serenatas. En medio de su aventura se encuentra con una mujer en el parque. El chico trata de seducirla, pero pronto se percata que es un ser monstruoso, una criatura infernal conocido como Larva.
Les dejo el cuento, con algunas referencias finales para entenderlo:
LA
LARVA (1)
Como
se hablase de Benvenuto Cellini (2) y alguien sonriera de la afirmación que
hace el gran artífice en su Vida, de haber visto una vez una salamandra (3),
Isaac Codomano dijo:
-No
sonriáis. Yo os juro que he visto, como os estoy viendo a vosotros, si no una
salamandra, una larva o una empusa (4).
Os
contaré el caso en pocas palabras.
Yo
nací en un país en donde, como en casi toda América, se practicaba la
hechicería y los brujos se comunicaban con lo invisible. Lo misterioso
autóctono no desapareció con la llegada de los conquistadores. Antes bien, en
la colonia aumentó, con el catolicismo, el uso de evocar las fuerzas extrañas,
el demonismo, el mal de ojo. En la ciudad en que pasé mis primeros años se
hablaba, lo recuerdo bien, como de cosa usual, de apariciones diabólicas, de
fantasmas y de duendes. En una familia pobre, que habitaba en la vecindad de mi
casa, ocurrió, por ejemplo, que el espectro de un coronel peninsular se
apareció a un joven y le reveló un tesoro enterrado en el patio. El joven murió
de la visita extraordinaria, pero la familia quedó rica, como lo son hoy mismo
los descendientes. Aparecióse un obispo a otro obispo, para indicarle un lugar
en que se encontraba un documento perdido en los archivos de la catedral. El
diablo se llevó a una mujer por una ventana, en cierta casa que tengo bien
presente. Mi abuela me aseguró la existencia nocturna y pavorosa de un fraile
sin cabeza y de una mano peluda y enorme que se aparecía sola, como una
infernal araña. Todo eso lo aprendí de oídas, de niño. Pero lo que yo vi, lo
que yo palpé, fue a los quince años; lo que yo vi y palpé del mundo de las
sombras y de los arcanos tenebrosos.
En
aquella ciudad, semejante a ciertas ciudades españolas de provincias, cerraban
todos los vecinos las puertas a las ocho, y a más tardar, a las nueve de la
noche. Las calles quedaban solitarias y silenciosas. No se oía más ruido que el
de las lechuzas anidadas en los aleros, o el ladrido de los perros en la
lejanía de los alrededores.
Quien
saliese en busca de un médico, de un sacerdote, o para otra urgencia nocturna,
tenía que ir por las calles mal empedradas y llenas de baches, alumbrado a
penas por los faroles a petróleo que daban su luz escasa colocados en sendos
postes.
Algunas
veces se oían ecos de músicas o de cantos. Eran las serenatas a la manera española,
las arias y romanzas que decían, acompañadas por la guitarra, ternezas
románticas del novio a la novia. Esto variaba desde la guitarra sola y el novio
cantor, de pocos posibles, hasta el cuarteto, septuor, y aun orquesta completa
y un piano, que tal o cual señorete adinerado hacía soñar bajo las ventanas de
la dama de sus deseos.
Yo
tenía quince años, una ansia grande de vida y de mundo. Y una de las cosas que
más ambicionaba era poder salir a la calle, e ir con la gente de una de esas
serenatas. Pero ¿cómo hacerlo?
La tía
abuela que me cuidó desde mi niñez, una vez rezado el rosario, tenía cuidado de
recorrer toda la casa, cerrar bien todas las puertas, llevarse las llaves y
dejarme bien acostado bajo el pabellón de mi cama. Mas un día supe que por la
noche había una serenata. Más aún: uno de mis amigos, tan joven como yo,
asistiría a la fiesta, cuyos encantos me pintaba con las más tentadoras
palabras. Todas las horas que precedieron a la noche las pasé inquieto, no sin
pensar y preparar mi plan de evasión. Así, cuando se fueron las visitas de mi
tía abuela -entre ellas un cura y dos licenciados- que llegaban a conversar de
política o a jugar el tute o al tresillo (5), y una vez rezada las oraciones y
todo el mundo acostado, no pensé sino en poner en práctica mi proyecto de robar
una llave a la venerable señora.
Pasadas
como tres horas, ello me costó poco pues sabía en dónde dejaba las llaves, y
además, dormía como un bienaventurado. Dueño de la que buscaba, y sabiendo a
qué puerta correspondía, logré salir a la calle, en momentos en que, a lo
lejos, comenzaban a oírse los acordes de violines, flautas y violoncelos. Me
consideré un hombre. Guiado por la melodía, llegue pronto al punto donde se
daba la serenata. Mientras los músicos tocaban, los concurrentes tomaban
cerveza y licores. Luego, un sastre, que hacía de tenorio, entonó primero “A la
luz de la pálida luna”, y luego “Recuerdas cuando la aurora”… Entro en tanto
detalles para que veáis cómo se me ha quedado fijo en la memoria cuanto ocurrió
esa noche para mí extraordinaria. De las ventanas de aquella Dulcinea (6), se
resolvió ir a las de otras. Pasamos por la plaza de la Catedral. Y entonces…He
dicho que tenía quince años, era en el trópico, en mí despertaban imperiosas
todas las ansias de la adolescencia…
Y en
la prisión de mi casa, donde no salía sino para ir al colegio, y con aquella
vigilancia, y con aquellas costumbres primitivas… Ignoraba, pues, todos los
misterios. Así, ¡cuál no sería mi gozo cuando, al pasar por la plaza de la
Catedral, tras la serenata, vi, sentada en una acera, arropada en su rebozo,
como entregada al sueño, a una mujer! Me detuve.
¿Joven?
¿Vieja? ¿Mendiga? ¿Loca? ¡Qué me importaba! Yo iba en busca de la soñada
revelación, de la aventurera anhelada.
Los de
la serenata se alejaban.
La
claridad de los faroles de la plaza llegaba escasamente. Me acerqué. Hablé; no
diré qué con palabras dulces, más con palabras ardientes y urgidas. Como no
obtuviese respuesta, me incliné y toqué la espalda de aquella mujer que ni
quería contestarme y hacía lo posible por que no viese su rostro. Fui insinuante y altivo. Y
cuando ya creía lograda la victoria, aquella figura se volvió hacia mí,
descubrió su cara, y ¡oh espanto de los espantos! aquella cara estaba viscosa y
deshecha; un ojo colgaba sobre la mejilla huesona y saniosa; llegó a mí como un
relente de putrefacción. De la boca horrible salió como una risa ronca; y luego
aquella «cosa», haciendo la más macabra de las muecas, produjo un ruido que se
podría indicar así:
-¡Kgggggg!…
Con el
cabello erizado, di un gran salto, lancé un gran grito. Llamé.
Cuando
llegaron algunos de la serenata, la «cosa» había desaparecido.
Os doy
mi palabra de honor, concluyó Isaac Codomano, que lo que os he contado es
completamente cierto.
REFERENCIAS:
1-. LARVAS: Para los romanos “larvaes”, para los españoles “lémures”, se trata de espectros o espíritus de la muerte. Según la mitología, eran almas que no encontraban la paz después de muertos y vagaban por las noches, aterrorizando a quienes los encontraran.
2-.
BENVENUTO CELLINI: Escritor, orfebre y escultor italiano, vivió en la época del
Renacimiento y su libro Vida, al que hace referencia Darío, es un testimonio
documental de sus tiempos.
3-.
SALAMANDRA: Dícese de una especie de hada que vive en el fuego, así como de los
espíritus guardianes de este elemento. Con el tiempo, también se le llamó así a
una especie de lagarto que nacía y devoraba fuego.
4-.
EMPUSA: Especie de espectro o monstruo de la mitología griega, se disfrazaba
como hermosa dama para atraer a los incautos y devorarlos, sin embargo su
transformación nunca es completa ya que siempre aparece con una pierna hecha de
bronce.
5-. JUEGOS
DEL TUTE Y EL TRESILLO: El tute es un juego de naipes muy popular en la España de la época.
Igualmente, el tresillo es un juego de cartas del el siglo XIX que
se jugaba con baraja española de cuarenta cartas y que sólo podía ser jugado
por tres jugadores.
6-.DULCINEA:
Es un personaje ficticio de la novela El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha, de Miguel de Cervantes, y representa el ideal amoroso del protagonista.
Se usa para designar a esos amores platónicos femeninos.
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Buenas respuesta
ResponderEliminarBuenísimo
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