La leí con sólo doce años de edad, una tarde de vacaciones, acostado en una hamaca bajo un cielo celeste que se iba oscureciendo con el anochecer.
Ya había leído a Rubén Darío y tenía la cabeza llena de novelitas de vaqueros y espías, así que me sentí listo para uno de los libros gruesos que mi tía Martha tenía en un baúl de su cuarto. Saqué tres: una pésima novela nicaragüense de cuyo nombre no quiero acordarme, un largo reportaje de la pesca indígena y «Doña Bárbara» de Rómulo Gallegos sin saber que esa última me cambiaría la forma de ver el mundo.
Desde mi hamaca abrí el libro de páginas amarillentas, con cierto aroma embriagador y leí: «Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha. Dos bogas lo hacen avanzar mediante una lenta y penosa maniobra de galeotes. Insensibles al tórrido sol, los broncíneos cuerpos sudorosos...» Listo. Ya no estaba en casa. Sin saber cómo, había sido transportado y estaba en el río Arauca, encima de un bongo, viendo a los trabajadores cubiertos de sudor bajo un sol inclemente.
De más está decir que la novela me atrapó desde ese momento hasta tres días después que cerré el libro con pleno dolor del alma.
Acá una de las cosas que me siguen impactando de esta novela:
SANTOS LUZARDO, EL HOMBRE.
Por aquel entonces, yo era un niño tímido creciendo en una sociedad patriarcal que valoraba la figura del hombre macho. Evidentemente yo no era uno de esos. El macho es el fuerte, el que golpea a los demás, el que enamora mujeres y no lee libros. Yo era demasiado intovertido, demasiado lector y las peleas no me gustaban. Una de las cosas que me preguntaba es sí podía ser un hombre valiente sin necesidad de ser un idiota.
Rómulo Gallegos me respondió con Santos Luzardo.
Luzardo era una nueva imagen de masculinidad. Un hombre culto, educado, pacifista, creyente de las leyes y el progreso, pero también fuerte, valiente y osado para defender sus convicciones y con el liderazgo y la inteligencia para lograr que hombres machistas no sólo lo acepten sino que se dejen moldear por esta nueva visión de masculinidad.
Mucho antes de que las teorías de deconstrucción y de nuevas masculinidades inundaran nuestras modernas redes, Rómulo Gallegos nos hacía reflexionar sobre lo que realmente significa ser hombre.
LAS DESCRIPCIONES POÉTICAS.
Me encanta cuando la prosa se mezcla con la poesía. Sé que hay lectores que no les gusta leer las descripciones poéticas de los clásicos, pero yo las amo. En ese momento, yo creía que Rubén Darío tenía las descripciones más hermosas de la literatura en español, sólo superado por Bécquer y Jorge Isaacs...
¡Ah, pero Doña Bárbara era mucho más bárbara al respecto!
Pongo ejemplos:
«Reflejos de hogueras empurpuraban la oscuridad de la noche; óyese la salvaje gritería. Es la caza del gaván. Los indios encienden fogatas de paja en torno de los pantanos inaccesibles; el ave levanta el vuelo asustada por la algarabía, y sus alas se tiñen de rosa al resplandor del fuego en las tinieblas profundas».
«Parejas de venados huían hasta perderse de vista. Distante, en la contraluz de un crepúsculo de colores calientes y suntuosos, se destacaba la silueta de un jinete que iba a arreando el rebaño».
Estos son sólo algunas frases que saqué abriendo el libro al azar. Sin duda, Gallegos es un monstruo literario, con frases que parecen versos rubendarianos. Su prosa establece un puente entre el modernismo de finales de siglo y los experimentos que luego traerían autores como Borges, Cortázar y Gabo.
MAGIA Y MISTERIO.
El realismo mágico como movimiento comenzaría después de Doña Bárbara, pero ya se anunciaba en esta novela los elementos mágicos y sobrenaturales que serían las delicias en obras como Cien Años de Soledad, Pedro Páramo o Los Recuerdos del Porvenir.
En la novela, el personaje principal, Doña Bárbara, es reconocida como bruja y ella misma cree que lo es. Además por boca de los vaqueros, oímos los singulares poderes que tiene un matón de la patrona. Escuchamos también de las ánimas y los espíritus tanto humanos como animales que rondan las noches silenciosas. Eso le da un toque de misterio a la obra, pero el elemento mágico principal es el paisaje, el río y la llanura, la selva y la montaña, en fin la naturaleza misma que siempre es descrita como algo hermoso pero peligroso.
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE.
Doña Bárbara nos opone los conceptos de civilización y barbarie. ¿Qué vamos a escoger? La aparente libertad que nos da la ignorancia, las tierras abiertas, la ley del más fuerte, el concepto del macho y la sumisión de la mujer es ilusoria. La única forma de progresar, para Santos Luzardo y para Gallegos, es renegar de las malas costumbres del pasado, aceptar la ley y la democracia, respetar los derechos de otros y olvidarse de que la fuerza física o el poder del cacique lo es todo.
Tristemente esta novela va a cumplir cien años y todavía América Latina sigue entre la dicotomía de la civilización y la barbarie.
Seguimos conservando el machismo, la sumisión de la mujer, el odio a lo diferente, el irrespeto a las leyes y la glorificación del criminal y del "vivo".
Nos hacen falta más Santos Luzardos y menos Ño Pernaletes.
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