«QUÉ SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS» EL TRISTE POEMA FÚNEBRE DE BÉCQUER

 


Cuando, a los trece años, leí por primera vez este poema de Bécquer, no tenía ni la experiencia ni el lenguaje para comprender toda su fúnebre melancolía.

Sucedió en 2002. Eran los primeros días de abril y una luna pálida se asomaba en un cielo lívido que se preparaba para un atardecer caluroso. En el cementerio municipal, los zanates cantaban indiferentes a los rezos por el alma de mi abuelo y al ligero balanceo del ataúd sobre las sogas que lo deslizaban dentro de un pozo definitivo.

Ahí recordé el poema de Bécquer: «Qué solos se quedan los muertos… y que solos nos quedamos nosotros».

 

MÉTRICA, LENGUAJE, CONTEXTO

La rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer, conocida popularmente como «Qué solos se quedan los muertos» es un poema típico de la época romántica de la literatura española. Tiene la particularidad de no tener rima consonante y no tener una forma fija, lo que le da una fluidez maravillosa.

La métrica es una combinación de versos hexasílabos y octosílabos, comunes en los poemas llamados Romances.

Los versos cortos permiten usar un lenguaje sencillo, carente de palabras pomposas, pero llenas de sentimientos que exploran el dolor de la muerte.

Bécquer usa palabras con cargas simbólicas poderosas, pero también llenas de una musicalidad atrapante.

 

SIGNIFICADO

Mientras echaban paladas de tierra sobre el negro ataud de mi abuelo recité estos versos y los entendí con fuerza.

El poema nos recuerda la fugacidad de la vida humana, donde, al final, los seres que alguna vez compartieron risas, penas y amor, se desvanecen como las últimas vibraciones del piano cuando las manos se levantaron de las teclas.

Bécquer utiliza el viejo contraste entre la vida y la muerte para mostrarnos que, a pesar de los lazos afectivos y los momentos compartidos, el destino último de todos es la soledad definitiva. 

Los muertos, en su silencio eterno, son los únicos que realmente permanecen; una nota musical que resuena más allá del olvido. El poeta, consciente de la fragilidad humana, nos invita a contemplar la muerte, pero también la serenidad de la quietud que ésta ofrece.

Quizás el estribillo «Qué solos se quedan los muertos» sea menos un lamento y más una expresión de envidia.

 

RIMA LXXIII

 

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

?¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

?¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

*

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!

* * *

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.



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