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LA MUJER QUE ESPERABA EN LA LLUVIA

Estaba sentada en una banca del parque, bajo el torrencial impacto de la lluvia, completamente empapada y con la mirada perdida. Era bella. No tendría más de veinte años y tenía un aura de sensualidad que se acentuaba con el vestido pegado a su silueta perfecta. Su rostro fino descansaba sobre sus manos mientras el viento agitaba su cabellera negra. -¿Crees que espere a alguien? -le dije a Rodrigo. -Ninguna mujer en sus cabales espera a nadie bajo la lluvia -replicó mi compañero. Yo la seguí observando desde el cristal de la ventana y me embargó la profunda certidumbre de que tenía que ir a hablarle. -Quizás se espera a sí misma -le dije a Rodrigo. Él no me respondió. Creo que se encogió de hombros pero no lo recuerdo bien. Aquella era una tarde aburrida y lo único que hacíamos en la oficina era vegetar a la espera de que dieran las 5 en el reloj, mientras mirábamos a la hermosa chica que se mojaba en la lluvia. -Iré -le dije a Rodrigo. -¿Qué vas a hacer?  -Voy a

¿POR QUÉ LLORA LA LLORONA?

En América Latina todos hemos oído la leyenda de la Llorona. Su inquietante imagen ha perturbado las noches de más de alguno y se ha colado en las pesadillas de incontables generaciones de desdichados.  Su historia es simple: Se trata de una mujer que por oscuros motivos arroja a sus propios hijos a la corriente de un río, en dónde los ve morir de forma violenta. Arrepentida, la dama comienza a tratar de rescatar los pequeños cuerpos de las aguas embravecidas pero es inútil: los chiquillos mueren y la mujer comienza a recorrer los caminos entre llantos y gritos de dolor, estremeciendo la noche hasta hoy en día. Nadie sabe por qué realizó este infame acto, la Llorona. Unos hablan de un amor contrariado que la llevó a la locura, otros de que la joven dama estaba sumida en la miseria y procuró a sus hijos una muerte rápida antes de la lenta agonía de morir de hambre. Las razones, sin embargo, no parecen tener importancia. Para nuestra mentalidad occidental una madre que ase

LA MUJER DEBAJO DEL PUENTE

Para la Payita. Cuando llega mayo las noches se vuelven frías. Las lluvias irrefrenables se abalanzan desde los altos cerros lavando el calor del verano, el polvo amarillo y ardiente de abril, la basura que se ha ido acumulando en el Río Grande y la nostalgia del invierno que se cuece a fuego lento durante la Semana Santa. Matagalpa, entonces, parece volver a la vida bajo el hechizo del diluvio. Las calles se revisten de charcos cristalinos en los que se rompe la luz anaranjada del tendido eléctrico, mientras los novios se toman de las manos para salir a la intemperie y disfrutar del ensueño de besarse en la tormenta. El invierno es alegría. Los niños aprovechan el rato para jugar al futbol en el fango de los potreros. Con pelotas remendadas, repiten la final épica de Argentina contra Francia, donde ambos equipos quieren ser la albiceleste y todos los jugadores quieren ser Messi, jugando sangre, a guerra limpia, con goles agónicos de ida y vuelta, con un par de peleas incluidas

ENTRE LOS LÍMITES DE LA REALIDAD: LA POESÍA DE CRISTAL ESPINOZA GAITÁN

Cristal Espinoza Gaitán es una de las jóvenes promesas de la poesía nicaragüense. Leer sus versos es sumergirnos en una magistral sinfonía de imágenes que nos hacen replantearnos la naturaleza misma de la realidad y de nuestra propia percepción.   Porque, siendo sinceros, todos nos hemos hecho esa pregunta en algún momento: ¿Qué es la realidad? ¿De verdad podemos estar seguros de qué es lo real y que no? La sociedad actual, en este psicótico inicio de milenio, está experimentando cómo todo aquello que consideraba real se está viendo modificado a velocidades vertiginosas. Hace treinta años las videollamadas, comunicarse con alguien a través de un reloj, ser operado en el corazón por un robot o enterarte de la vida de desconocidos con un simple click, eran elementos de ciencia ficción. Hoy en día los jóvenes están despedazando los viejos valores. Sistemas políticos, económicos, religiosos y filosóficos están siendo derrumbados por el nihilismo moderno y por estos

LA NIÑA QUE VENDÍA BESOS

Los labios de Diana Renata eran grandes, curvos y lisos y tenían el sonrosado color de las fresas maduras. Su lengua era húmeda como la sandía y suave como la niebla y su aliento exhalaba constantemente un aroma a menta. Todos en la escuela lo sabían porque cualquiera que tuviera cinco pesos podía comprobarlo. Diana Renata era vendedora de besos. Todas las mañanas, a la hora del recreo, se sentaba bajo el castaño que la protegía del bárbaro calor del sol y esperaba su clientela sin impaciencia ni vergüenza. Cinco pesos era el costo de un tierno beso en los labios. Diez pesos era el del mismo beso tierno, pero ahora con el valor agregado de que ella abrazaba al cliente. Por quince, abría tenuemente su boca para embrujar a su compañero con su aliento glaciar, y por veinte ella mordía los labios del afortunado. Sólo había un tabú para Diana Renata: el beso francés. La simple idea de tener en su propia boca la lengua de otra persona la asqueaba hasta el punto del vómito, as